El sinuoso camino de la democracia mexicana Helena Varela

Termina el año 2007 y este resulta un momento inmejorable para reflexionar sobre lo que nos ha deparado y qué podemos esperar de 2008. A diferencia de otros ejercicios semejantes, no quisiera hacer un recuento de todo lo ocurrido durante el pasado año sino, más bien, resaltar unos pocos fenómenos a la luz del funcionamiento de nuestra democracia, y hasta qué punto ha habido avances o retrocesos. La respuesta a esta cuestión no es sencilla ni unívoca, pero quisiera apuntar algunas consideraciones al respecto, a partir de la concepción del sistema político mexicano en su perspectiva más dinámica.

Ya se ha apuntado en otras ocasiones el carácter ambivalente del proceso de cambio político en nuestro país, con avances y retrocesos, y, lo que es peor, sin un rumbo fijo. Ello ha llevado a que en determinados momentos no se puedan aplicar las categorías analíticas de los modelos de transición. Por ejemplo, algunos analistas entienden la alternancia política producida en el año 2000 como la culminación de un proceso de cambio iniciado décadas atrás, mientras que otros, por el contrario, entienden la llegada de Fox a la presidencia como el punto de partida del proceso de cambio de las reglas del juego. Sin embargo, seis años después, seguimos discutiendo algunas cuestiones que se suponían superadas, y que, nuevamente, reflejan la falta de claridad de hacia dónde vamos como sistema político. Claro ejemplo de ello es el escenario político con el que se inició 2007, resultado del cuestionamiento del proceso electoral de 2006, de movilizaciones sociales y de una crisis de legitimidad (al menos entre sectores importantes de la sociedad) por la forma en que llegó al poder el gobierno entrante. En esas condiciones, las perspectivas para la gobernabilidad democrática eran poco halagüeñas. La buena noticia es que, terminado el año, podemos afirmar que el sistema, una vez más, aguantó el embate y logró sortear los peores obstáculos que amenazaban su estabilidad. A pesar de las dificultades para gobernar con las que Calderón inició su sexenio, logró canalizar y centrar sus esfuerzos en lo que consideró sus prioridades y, de esta manera, superó, a partir de sus acciones, la crisis de legitimidad que marcó el inicio de su mandato. La mala noticia es que muchos de los males que provocaron el escenario inicial del año siguen latentes y sin solución. Lo peor de la tempestad ya pasó, pero no sin dejar ciertos estragos, a los que todavía tendremos que hacer frente.

El peor de esos estragos es esa sensación de que a nuestra democracia le falta un rumbo claro. En ocasiones parece que se trata de un camino sinuoso, pero en otras pareciera que vamos a la deriva, sin brújula y sin saber a dónde queremos ir. Por este motivo, en un mismo año tenemos a los militares en la calle, al tiempo que se logran los acuerdos para la reforma electoral. Rasgos autoritarios y rasgos democráticos parecen condenados a mantenerse unidos, y en este caso, los dos son producto de un mismo hecho: el estilo de gobernar de Calderón.

Un rasgo característico del gobierno de Calderón es su distanciamiento y diferenciación marcada con respecto a su predecesor. Con una legitimidad de origen cuestionada, el presidente se dio a la tarea de lograr la legitimidad a partir de sus acciones. Para ello se requería de un estilo diferente y, sobre todo, urgía mandar señales de que, superada la elección de 2006, el 2007 iba a traer los cambios tan esperados. En esta tónica hay que entender la nueva forma en que el titular del Ejecutivo comienza a relacionarse con las otras fuerzas políticas, buscando vías de negociación y consensos sobre las reformas más urgentes. El resultado fue la reforma electoral.

Producto de los acuerdos entre los principales partidos políticos, la reforma puede ser entendida, además, como una respuesta a la crisis poselectoral, lo cual nos hace pensar que existe el aprendizaje político para no repetir muchos errores. Así, para evitar una situación como la de los comicios de 2006, los partidos políticos acordaron modificar de forma sustantiva las reglas del juego. Sin lugar a dudas, es uno de los mayores avances logrados en 2007, porque con esta reforma se logran varios objetivos fundamentales para la gobernabilidad democrática: por un lado, demostrar que un presidencialismo con multipartidismo no necesariamente significa parálisis legislativa, sino que los consensos son posibles si se enfrenta la negociación no como un juego de suma cero, sino como un juego donde todos pueden ganar, si se está dispuesto a ceder algo; también se logra con esta reforma enfrentar el próximo proceso electoral, en un contexto muy diferente al de 2006, sobre todo en lo que se refiere a la credibilidad del máximo órgano electoral; y por último, la reforma electoral también permite fortalecer nuestra democracia, sobre todo en lo que se refiere a las reglas del juego que regulan quién y cómo accede al poder. El hecho de que nuestra clase política haya sido capaz de acordar las modificaciones en materia electoral (y, hay que señalarlo, no sólo en ese rubro, sino en otros como el fiscal o el judicial) implica que nuestro sistema político tiene la suficiente flexibilidad como para ir adaptándose a las condiciones cambiantes de nuestra realidad, lo cual es altamente positivo desde el punto de vista de la gobernabilidad.

Hasta ahí la parte positiva del balance de 2007. La negativa viene también a partir del análisis de los estilos de gobernar del actual presidente. Si bien el año que terminó ha implicado cambios importantes en todo lo relacionado con el acceso al poder, en el rubro del ejercicio del poder, el escenario es más preocupante. Como ha sido una constante en nuestra historia política reciente, todos los logros en materia de reglas procesales sobre el acceso al poder quedan diluidos en el momento de gobernar, porque ahí los cambios son menores, o por lo menos, así son percibidos por la ciudadanía: de nada sirve que nuestros gobernantes sean elegidos democráticamente si, una vez en el poder, siguen actuando de forma autoritaria y sin posibilidad de control alguno. De esta manera, en nuestro proceso de democratización, entendido en el sentido más amplio de la modificación de las reglas del juego en lo que se refiere al ejercicio del poder, no parece que llevemos camino alguno, sino que nos movemos a la deriva, sin una idea clara y sin brújula.

Existe una diferencia muy marcada entre el comportamiento político del presidente Calderón en su relación con otros partidos políticos y su actuar en relación con los actores sociales. Es más, la primera impresión que da Calderón en lo que se refiere a su forma de gobernar está más cargada de tintes autoritarios, y se origina por sus relaciones con las fuerzas armadas, recurriendo a ellas y sacándolas a la calle. Más allá del hecho de analizar si existe o no una mejor forma de combatir al narcotráfico, me interesa el estudio de la utilización del Ejército, como medida de relegitimación y como señal de un estilo específico de gobernar. Es obvio que la medida tuvo un impacto a corto plazo en lo que se refiere a su imagen (como presidente que actúa y toma decisiones), pero también puede resultar muy peligrosa a mediano y largo plazos. En primer lugar, porque de no lograr los objetivos deseados, se desgasta y expone a una institución, con el agravante de que además es de las pocas que goza de la confianza generalizada de la sociedad. En segundo lugar, porque tener a los soldados en la calle no es el mejor escenario para la convivencia democrática: la experiencia de otros países que han dado un exceso de poder a las fuerzas armadas nos recuerda lo peligroso que puede ser para la democracia hacer un uso excesivo de la fuerza y de las medidas que imponen en lugar de consensuar.

El año 2007 termina con un balance ambivalente en el terreno político y en lo que supone el funcionamiento de la democracia mexicana. A pesar del ambiente conflictivo en el que se inició el año, llegamos a su fin con una relativa calma. Pero esa calma no puede ocultar que muchos de los problemas que amenazan la estabilidad de nuestra democracia siguen latentes, y que si no se les presta atención, podrían estallar en el año que comienza. Uno de los principales retos tiene que ver con la polarización social y las enormes desigualdades existentes, que hace que sectores importantes de la sociedad se sientan marginados de los procesos económicos, sociales y políticos. Son estos sectores, precisamente, los que no perciben los cambios en la forma de gobernar, y, además, reciben los efectos más duros del modo en que se toman las decisiones. Si bien el gobierno de Calderón pareciera buscar acuerdos y consensos con los actores políticos institucionales, al mismo tiempo, muestra una serie de rasgos autoritarios, sobre todo en su relación con la sociedad. Si los avances en materia electoral no van acompañados de un cambio en las reglas del ejercicio del poder, el alcance de los primeros será muy limitado y hasta cuestionado, puesto que no tendrá un impacto directo en la vida de los ciudadanos. El año de 2008 inicia con este reto: si se quiere tener un balance final positivo, habrá que evitar las zonas pantanosas y, de una vez por todas asumir que el camino de la democracia, si bien sinuoso, tiene una dirección específica, que va más allá de lo meramente electoral y que afecta a la forma de ejercer el poder. La clave está en quién será la brújula para lograr este objetivo: nuevamente, la ciudadanía debería tener la respuesta.

 

Comentarios de los miembros del Seminario México

 

Gustavo López Montiel. Tecnológico de Monterrey-CCM.

 

El descuido con que se manejó al país en los últimos seis años, erosionó las capacidades del Estado mexicano construidas, para bien o para mal, a lo largo del periodo priista que concluyó en 2000. Las capacidades de generar seguridad, extraer recursos de los ciudadanos y de contener y equilibrar la acción ciudadana sobre las acciones del gobierno, tienen que ser reconstruidas. En ese sentido, la reforma fiscal, la reforma
electoral y la reforma judicial, así como la utilización del Ejército para hacer frente al narcotráfico, se inscriben en un proceso de reconfiguración de las capacidades del Estado, en el que se ven involucrados los actores políticos ante la posibilidad, más real ahora, de que, en algún momento, cualquiera de ellos pueda asumir el poder en el futuro. El balance tiene que ver, fundamentalmente, con la forma en que se han construido esas capacidades, en un contexto de debilidad institucional y construcción democrática.

 

Jorge Cadena-Roa. CEIICH-UNAM.

 

El primer año del nuevo gobierno es un periodo muy breve para analizar los avances o retrocesos de la democracia en México. Con todo, es cierto que no sabemos a dónde vamos, pero sí de dónde venimos: del pantano foxista y de un agudo conflicto poselectoral que puso en tensión a las instituciones y que de hecho significó un retroceso. Un año después vemos que el pantano quedó atrás: el Congreso está procesando algunas reformas importantes en un ambiente en el que hay más debate, negociación y acomodo político entre los tres partidos mayores que nunca antes. Hay también una recuperación de la soberanía del Estado cedida por el gobierno anterior ante el crimen organizado y los concesionarios de los medios de comunicación electrónica. Ambos son sectores con los que no se ha podido consensuar. Los impugnadores de las elecciones de 2006 han ido perdiendo terreno entre el electorado y dentro del propio PRD, donde la militancia partidista ha venido desmarcándose de su ex candidato, lo que hace previsible en el corto plazo que sea superada la posición del PRI como bisagra ante los desencuentros de los otros dos partidos. Eso regresaría a su verdadera dimensión a la tercera fuerza de la Cámara de Diputados y permitiría que algunos de sus gobernadores (Puebla) y ex gobernadores (Estado de México) fueran investigados como lo exige el tribunal de la opinión pública.

 

Ligia Tavera Fenollosa.FLACSO-México.

 

Coincido con Helena Varela en que la situación política a fines del primer año de gobierno de Felipe Calderón es razonablemente buena sobre todo tomando en cuenta que inició su sexenio en medio de una fuerte crisis de legitimidad. Calderón ha logrado construir una presidencia relativamente fuerte que contrasta con la debilidad de la de su antecesor. Las acciones de combate al narcotráfico que, si bien desde la perspectiva de los expertos en el tema son equivocadas, han sido una parte esencial en este proceso. Es muy pronto para decidir si el Ejército sufrirá un desgaste institucional como resultado de su participación.

Otro elemento importante ha sido el logro de acuerdos políticos que ha permitido llevar a cabo algunas reformas importantes. Aquí ha sido clave la postura democrática de un sector de la oposición perredista. Su actitud cooperativa y negociadora no debe pasarse por alto. Finalmente, vale la pena mencionar la relación del presidente con su partido como uno de los aspectos en el que se han dado los cambios más significativos. Calderón concluye su primer año retomando el control del PAN. La sustitución de Espino por Germán Martínez en la dirigencia del blanquiazul sin duda fortalecerá a la presidencia.

* Artículo publicado en la revista Este País, México D.F., núm. 202, enero de 2008.

Helena Varela

Helena Varela es Licenciada en Geografía e Historia con especialidad en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid, Maestra en Ciencias Sociales por el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones y Doctora en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid. Desde el 2007 es la directora del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, en donde es también profesora e investigadora. Tiene diversas publicaciones y participaciones en foros académicos nacionales e internacionales, desarrollando su investigación en torno a cuestiones vinculadas a los procesos de cambio político, procesos democráticos, las instituciones en México y su impacto sobre la gobernabilidad democrática. Ver perfil en Academia.edu

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