Las relaciones entre el presidente de la república y su propio partido siempre han tenido unas características muy peculiares en nuestro país, aunque éstas se han ido modificando con el paso del tiempo. De hecho, la alternancia en el poder político y la llegada a la presidencia del candidato del PAN en el 2000 marcó también un punto de quiebra en las relaciones entre estos dos actores. Del 2000 a la fecha, igualmente se han ido operando algunas transformaciones y reacomodos de fuerzas, como se puso de manifiesto recientemente con motivo de la celebración de la XX Asamblea Nacional del PAN en León (Guanajuato), en ella se renovó el Consejo Nacional del PAN, órgano que tiene un poder de incidencia fundamental en el proceso de toma de decisiones del partido. Veamos más detenidamente cómo ha ido cambiando la forma en que se relacionan el presidente y su partido.
El período de hegemonía priista se caracterizó, por lo menos hasta el sexenio de Zedillo (en donde ya se debilita el poder del presidente) por la subordinación absoluta del partido al presidente de la república, quien era de facto el jefe del partido. La conjunción de reglas formales (que se traducían en procedimientos electorales que garantizaban la victoria de los candidatos priistas) y reglas informales (que permitían al presidente en turno decidir quién iba a ser su sucesor) creó un escenario en donde el titular del ejecutivo tenía el control de las carreras políticas de los militantes priistas, y, por tanto, tenía el dominio del proceso de toma de decisiones al interior del partido. El espacio más claro donde se vislumbraba esta subordinación fue el Congreso, donde los diputados y senadores priistas prácticamente se limitaban a acatar, sin mayor discusión, las decisiones que venían de Los Pinos. De esta manera, el proceso de toma de decisiones era absolutamente vertical, en cuyo vértice estaba la voluntad presidencial.
La victoria de Vicente Fox en las elecciones presidenciales marca un giro de ciento ochenta grados en la forma en que se iban a relacionar el presidente con su propio partido. Este cambio se produce en las dos direcciones: en la actitud del ejecutivo hacia su partido, y en el comportamiento de éste con el presidente.
Desde la perspectiva del presidente, debemos tener en cuenta que Vicente Fox había llegado al poder apoyándose fundamentalmente en los empresarios y en ese grupo un tanto indeterminado, denominado “los amigos de Fox”. Aunque el capital político del PAN había sido un elemento clave para obtener la victoria, una vez lograda ésta, Fox decide prescindir del PAN y gobernar al margen de su propio instituto político. Ello se reflejó en cuestiones como la misma conformación del gabinete o, más todavía, las relaciones con su partido en el Congreso de la Unión. De esta manera, pasamos de un presidente que había controlado todo el proceso de toma de decisiones, a un presidente que, no solo no obtiene la mayoría en ninguna de las dos cámaras, sino que además adopta una posición hasta de confrontación con su propio partido, no reconociéndolo como un aliado. Fue en esta etapa, sobre todo en la primera mitad del sexenio, en la que se dieron situaciones ríspidas, como cuando los legisladores se enteraban de iniciativas presentadas por el ejecutivo a través de los medios de comunicación, en lugar de que hubiera una comunicación directa entre los dos actores. Se trata de un presidente demasiado confiado en el capital político obtenido a raíz del proceso electoral, y que por tanto se considera “autosuficiente” para gobernar.
Ni qué decir tiene que ello tuvo un impacto en el propio comportamiento del PAN hacia el presidente, que en lugar de ser un partido gobernante, se comportó como un veto player más, con capacidad de frenar las decisiones tomadas por el ejecutivo. La figura de Diego Fernández de Ceballos es un exponente clarísimo de la forma en que se dio la relación entre los dos poderes en la primera etapa del sexenio. Ello dejaba al partido en un área gris, muy limitado para poder influir en el proceso de toma de decisiones, y, por tanto, muy acotado para lograr redefinirse en el nuevo escenario político.
Aunque esta situación cambia a partir del 2003, cuando el propio presidente Fox se da cuenta que no puede gobernar al margen de su partido, y comienza a apoyarse más en él, las relaciones nunca lograron ser del todo tersas, y siguieron dándose muchos desencuentros entre los dos actores. La elección del candidato presidencial, cuando Calderón es elegido, a pesar de Fox, es la muestra más evidente de que, aunque se trata te rediseñar una nueva forma de relación entre ambos, nunca llega a encontrarse un clima de armonía y cooperación.
El proceso de adaptación del PAN como partido en el gobierno ha sido (y está siendo) muy arduo. No olvidemos que dicho partido nació en 1939 como partido de oposición, sin muchas expectativas para alcanzar el poder, sino más bien con la misión de establecer un control sobre la labor del gobierno. El hecho de ahora ser gobierno, lo obliga a cambiar su estrategia y su forma de tomar decisiones, y ese proceso ha generado discrepancias y divisiones al interior del partido, que están afectando a sus relaciones con el presidente. De entrada, el deseo de diferenciarse del PRI, no apareciendo como un partido subordinado al presidente, lo llevó en muchos casos al otro extremo, apareciendo como el mayor oponente del ejecutivo. Al mismo tiempo, tiene que solventar el debate interno entre dogmáticos y pragmáticos, lo cual le ha llevado a que en muchas ocasiones no tenga una identidad definida, y, por ello, tampoco una estrategia clara de acción.
Si alguien ha pagado estos desacomodos y ha enfrentado una situación difícil a la hora de tomar decisiones, ese ha sido el presidente actual Felipe Calderón. Desde el mismo momento en que fue elegido candidato presidencial, se encontró con un sector en contra al interior del propio partido, encabezado por el presidente Manuel Espino. Este dirigente ha jugado un papel ambivalente hacia el titular del ejecutivo, alternando las declaraciones de apoyo y respaldo con las de golpeteo y bloqueo. De esta manera, se presentó una situación muy paradójica en la realidad nacional: el presidente, panista por excelencia, convencido de la importancia de su partido, y que da un color azul a todo su gabinete, ve obstaculizada su labor por los golpes de su propio partido: a Calderón le tocó dormir con el enemigo. Aunque los golpes desde el partido no se tradujeron necesariamente en bloqueo legislativo, es un hecho que el discurso confrontador utilizado por el dirigente panista dejaba al presidente Calderón en una situación de desventaja de cara a cualquier negociación: ¿cómo afrontar una negociación cuando tu “aliado por naturaleza” es el que más te está asestando golpes? Ello explicaría que, en ocasiones, parecía más sencillo gobernar con el apoyo de los otros partidos políticos (sobre todo el PRI) que con el apoyo del PAN.
Pretender gobernar en esas condiciones es poco menos que imposible. No tener la mayoría en el poder legislativo es de por sí un obstáculo importante para la gobernabilidad, puesto que se requiere del apoyo de otras fuerzas políticas que, de entrada, no tienen incentivos para cooperar. Pero si además se parte del escenario en donde ni siquiera el propio partido apoya las propuestas del gobernante, entonces las posibilidades de éxito son mínimas, por no decir casi nulas. Esta situación, muy remota en cualquier sistema parlamentario (puesto que el presidente del gobierno es el que cuenta con el respaldo de la mayoría del parlamento), se ha convertido en algo normal en nuestro sistema presidencialista con multipartidismo. Sin embargo, pareciera que los dos jugadores (partido y presidente) ganarían más de cooperar entre sí que de obstaculizarse mutuamente; es más, la realidad nos da evidencia de ello, sobre todo a partir de las derrotas electorales que pueden ser atribuidas a divisiones internas del partido (el caso de las elecciones de Yucatán, en donde el candidato del presidente no logró cuajar, cuando la otra candidata, Ana Rosa Payán, parecía tener mucho más apoyo de la sociedad yucateca). A pesar de ello, hasta ahora han primado más los desencuentros que la cooperación.
En este escenario, la XX Asamblea Nacional del PAN, celebrada a principios de Junio de 2007, adquiría una relevancia de primer orden. El 2 de junio, fue un día crucial, que puede marcar un giro en las relaciones entre Calderón y su partido. El presidente ya había manifestado que no se podía gobernar teniendo al enemigo en casa, y que más allá de respetar la agenda del partido, era necesario tener el respaldo del mismo para poder gobernar. Las elecciones para elegir 150 consejeros eran claves para determinar si se iba a modificar la correlación de fuerzas, y, por tanto, qué tipo de actitud cabía esperar de los dos actores: cooperación o confrontación.
Felipe Calderón ganó la batalla, y la ganó con un amplio margen, pues a la victoria de la gran mayoría de los integrantes del Consejo Nacional (de los 150 consejeros que se eligieron, alrededor de 90 fueron afines al titular del ejecutivo), hay que sumar la victoria, simbólica quizá, pero no menos importante, del abucheo al dirigente Manuel Espino: el hecho de que lo tildaran de mentiroso, traidor e hipócrita nos habla de una rebelión en el partido, y de un liderazgo del propio presidente de la república. Calderón recupera terreno y, por primera vez desde que asume la presidencia, parece que ya no tiene que dormir con el enemigo. Sin duda alguna, eso le da un respiro y le permite afrontar su labor de forma diferente.
No obstante, los abucheos también ponen de manifiesto una división al interior del partido, con la cual se tendrá que lidiar en algún momento. Hay dos grupos confrontados, y lo que está en juego es la identidad y la estrategia que tiene que adoptar como partido en el gobierno. Como señalé anteriormente, las elecciones en Yucatán pusieron de manifiesto que, si bien es importante una buena relación del presidente con su partido, tampoco se debe dar una relación de total subordinación, pues las reglas del juego ya no permiten este tipo de situaciones, y el partido también debe actuar como tal, dando respuesta y representando los intereses de sus simpatizantes y votantes.
De su capacidad de hacerlo, de definir el tipo de partido que se quiere, y de entender que no es lo mismo luchar por el poder que luchar por mantenerse en el poder, dependerá su éxito para procesar los conflictos existentes y, por tanto, para enfrentar el resto del sexenio como un partido más cohesionado y cooperador con el presidente, pero también como un partido con el que se sienta identificado una parte de la ciudadanía. Ni el presidente puede gobernar sin el partido, ni el partido puede actuar sólo como oposición: esas son las claves para un proceso de toma de decisiones más eficaz y con mayor legitimidad.
Comentarios de los miembros del Seminario México
Gustavo López Montiel. ITESM-CCM.
Una pregunta que surge a partir de la reflexión sobre el presidente y su partido tiene que ver con la micropolítica o la utilidad que tiene hablar de ellos como dos actores políticos, cuando en realidad encarnan a diferentes sujetos con intereses distintos, cuyas alianzas, en realidad, explican la complicada relación que ahora observamos. Es conveniente recordar en ese contexto que el presidente ganó la candidatura a pesar de la estructura partidaria, pero gracias al apoyo de diversos actores distintos a su dirigencia, y que ganó la presidencia a pesar también de esa misma estructura, pero gracias a un grupo cuya operación política resultó altamente eficiente. Los primeros meses de gobierno se han dado gracias al apoyo de los legisladores panistas, pero igualmente a pesar de su dirigencia, en un proceso donde los panistas advirtieron, y eso reflejan los abucheos en Guanajuato, que deben cohesionarse a riesgo de perder más de lo que ya se ha perdido. Pero en el interior del grupo del presidente hay también actores distintos. Su grupo compacto seguramente evolucionará en una diversidad de actores que influirán en posteriores decisiones que van desde quién será el próximo presidente del PAN, las listas de candidatos, las reformas que se deben impulsar, etc. De hecho ya ha venido sucediendo, por lo que la pregunta es entonces, ¿quién es útil a quién?, ¿en qué momento? Las alianzas que los grupos realizan dependen de las dimensiones de decisión en que se ven involucrados, por lo que es previsible que habrá todavía mucho por ver.
Jorge Cadena-Roa. CEIICH-UNAM.
Las relaciones entre el presidente de la República y su partido han cambiado, como bien reseña Helena Varela. De cualquier manera, me pregunto hasta dónde los cambios corresponden a “estilos personales”, a procesos de lucha y negociación entre grupos y facciones que alcanzan equilibrios transitorios, o bien a cambios estructurales o sistémicos que se imponen independientemente de la voluntad de las partes involucradas. De entrada, hay que reconocer que el distanciamiento de Fox con los dos partidos que lo llevaron al poder (PAN y PVEM) fue inmediato y que reveló una enorme torpeza política de parte del presidente, más que una necesidad de orden sistémico referida, por ejemplo, a la consolidación de la democracia mexicana. Apenas se había logrado la alternancia en el poder Ejecutivo cuando su titular pensó que podía gobernar sin apoyos ni operadores en las Cámaras. La legitimidad de origen estaba a salvo pero se comprometió la gobernabilidad, la efectividad del gobierno. Ahora bien, los desencuentros entre el presidente Calderón y Manuel Espino se pueden entender mejor si recordamos que Calderón no fue el precandidato presidencial de Fox ni de Espino a quienes, muy a su pesar (y de Santiago Creel), les ganó la nominación. En estas condiciones, Espino queda, para usar una expresión en boga a principios de los setenta, como un “emisario del pasado”, como una herencia muy visible e incómoda del foxismo que aparentemente tiene cola que le pisen y quiere mantener posiciones defensivas. Calderón debe remontar esa situación para poner en sintonía las acciones del Ejecutivo con las del PAN, ahora sí, por vez primera, en el poder. Pero estos desajustes son pasajeros. Son análogos a la situación en la que se encontraba el presidente de la República cuando el PRI era hegemónico: se encontraba con legisladores y gobernadores ungidos por el presidente anterior con quienes tenía que negociar, en condiciones ventajosas, cierto, pero de todas maneras tenía que negociar. Conforme avanzaba el calendario electoral los reemplazaba con otros más afines hasta llegar al quinto año del sexenio en la cúspide de su poder, para elegir a su sucesor mediante el “dedazo”. En suma, los desencuentros a los que se refiere Helena me parecen luchas transitorias, sin correlato estructural o sistémico.
*Artículo publicado en la revista Este País, número 197, agosto 2007.